EDITORIAL
En el concepto mismo de democracia aparece implícita la idea de la participación; de hecho, se convierte en el pilar sobre el que se asienta la toma de decisiones en un modelo político que, en esencia, se configura como el catalizador de la opinión de la ciudadanía para actuar a través del refrendo.
El modelo democrático posee una serie de connotaciones que lo definen o conforman como el más adecuado en relación con la toma en consideración de las opiniones ciudadanas. Podría afirmarse que la democracia, a través de la participación, escucha a la ciudadanía para después decidir.
A través de la democracia representativa, se gobierna con el aval de quienes respaldaron en su momento a los gobernantes, pero la cuestión es si participación y representación realmente funcionan de forma complementaria o, por el contrario, de manera antagónica.
En todo caso, parece oportuno realizar un examen sobre la posible situación de desajuste entre participación y representación. Sobre todo porque la participación ha venido estando ligada de forma tradicional a las instituciones, pero la realidad actual demuestra que la ciudadanía exige hoy una participación más crítica, menos reglamentada, más fresca en relación con aspectos como la reivindicación de una mayor eficacia y eficiencia de lo público.
Vivimos inmersos en una suerte de cambios permanentes, encuadrados en la globalización económica y que generan situaciones más complejas para el individuo y la sociedad en general. La desigualdad, la exclusión social, la fragmentación de la sociedad en general no dejan de ser notas que, paradójicamente, conviven con las democracias actuales. Entonces, parece deducirse que la capacidad de influencia de la sociedad en las instituciones que, finalmente, toman las decisiones de carácter público, es cada vez menor o cuando menos escasa.
En este contexto, la participación debe conformar el cauce lógico para limar las dificultades existentes en las democracias representativas para oír las necesidades del pueblo y atenderlas.
En resumen, parece que estamos en el momento de debatir qué cambios ha de experimentar el actual modelo democrático, que pasaría por una seria transformación de la relación gobierno-ciudadanía.
En este número nos acercamos, de alguna forma, a un inicio del debate.
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